La negación de Pedro
“Mientras tanto, Pedro estaba sentado en el patio. Una sirviente se le aproximó y le dijo: tú también estabas con Jesús, el galileo. Pero lo negó ante todos, diciendo: no sé lo que quieres decir. Como se dirigiera hacia la puerta, otro sirviente lo vio y dijo a los que estaban allí: este se hallaba también con Jesús de Nazareth. Lo negó de nuevo con juramento. No conozco a este hombre. Poco después, los que estaban allí, aproximándosele, dijeron a Pedro: ciertamente, tú formas parte de esas gentes, ya que por tu forma de hablar se te reconoce. Entonces se puso a imprecar y a jurar: No conozco a este hombre. Inmediatamente después el gallo cantó. Y Pedro recordó lo que Jesús le había dicho: antes de que el gallo cante, me negarás tres veces. Y habiendo salido, lloró amargamente”. (Mateo XXVI, 69-75. Marcos XIV, 66-72. Lucas XXII, 52-62. Juan XVIII, 25-27).
A partir de este momento, el único discípulo que seguiría a Jesús hasta su sacrificio final, sería Juan. Pedro sale del proceso crístico, llorando amargamente. Ya no estaría con el Maestro cuando llegase ese nuevo día anunciado por el canto del gallo. Por consiguiente, lo que Pedro representa, o sea, la iglesia exotérica, no podrá llegar tampoco hasta la transmutación final realizada por Cristo. La iglesia exotérica solo puede conducir a sus fieles hasta el gallo que los constructores de catedrales situaban en el punto más alto de los campanarios, allí donde acaba el templo.
Hemos dicho muchas veces que en la llamada Iglesia de Cristo no ha penetrado la enseñanza del Maestro y que su organización, su jerarquización, es una herencia de la antigua iglesia de Jehovah. Es una Iglesia en la que se habla de Cristo, en la que se leen los Evangelios y se mimetizan algunos gestos que Jesús realizó los cuales, como hemos visto, expresan una dinámica cósmica.
Por consiguiente, el Pedro del relato evangélico no es el Pedro del cristianismo sociológico, cuyo representante externo es el Papa, sino el constructor del templo cristiano o sea, el representante de Binah en Hochmah y en Tiphereth.
En la Biblia vemos como David recibe de Jehovah el encargo de edificarle un templo. Salomón, el hijo de David, hereda ese mandato divino y manda edificar realmente ese templo, cuyo ejecutor es el arquitecto Hiram. Ya nos hemos referido ampliamente, en diversos puntos de esta enseñanza, a las peripecias de la construcción del antiguo templo, que sería destruido varías veces y reconstruido.
Cristo es el dispensador de una nueva enseñanza que también necesita ser cobijada en el interior del ser humano, y Pedro fue el encargado de realizar los trabajos de construcción del templo físico. Esos templos, que los constructores medievales edificaron, constituyen la imagen externa del templo de Pedro que todos los cristianos han de edificar en su interior, empezando por el claustro, con el pozo en el que se arrojan las monedas profanas, con los doce altares rodeando al decimotercero, que es el reservado al Maestro, y en los que cada mes, siguiendo el recorrido del Sol, han de oficiarse misas día a día. Es decir, el discípulo ha de comunicar, en esos doce altares, con las jerarquías cósmicas que habitan en ellos para recibir sus virtudes y poderlas, a su vez, desparramar en el marco humano en que se mueve.
Así, poco a poco, el ser habitado por Cristo, irá reconstruyendo su templo interno, levantará columnas, construirá la sacristía y sus aposentos íntimos, para poder residir allí, sin necesidad de salir al exterior, y luego edificará la bóveda, adornará la fachada y proseguirá con el campanario, en el que colocará campanas, mediante las cuales llamar a sus semejantes. Se trata de llamarlos a compartir su fe, su verdad, puesto que en esa edificación de Pedro se alcanza un punto en que es necesario compartir lo que se lleva dentro y cuando la campana aparece en nuestra organización interna, ello indica que se está llegando al final de la obra de Pedro. Una vez rematado el campanario, se coloca el gallo en la cúspide y Pedro se va desconsolado, llorando amargamente por no poder seguir ya la trayectoria del Maestro.
En el próximo capítulo hablaré de: solo queda Juan
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