La fuerza de la fe
“Entonces se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Cómo es que nosotros no hemos podido arrojarle? Por vuestra poca fe, porque en verdad os digo que si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: vete de aquí hacia allá, y se iría, y nada os sería imposible. Y añade: Esta raza de demonios no puede ser lanzada sino por la oración y el ayuno». (Mateo XVII, 19-21. Marcos IX, 28-29).
Este es uno de los axiomas de Cristo que más se ha repetido en las clases de doctrina: «La fe mueve montañas«, se dice, pero muy pocos están convencidos de que con fe las montañas pudieran moverse. Sin embargo, esa fuerza llamada fe es la que configura realmente el mundo material en el que vivimos.
Llamamos fe, convencionalmente, a la convicción íntima de que existe algo en el universo que no es materia, que no podemos ver y que sin embargo es el motor de todas las cosas. Ahora bien, para que esa fe pueda anidar en nuestro corazón, es preciso que exista realmente en nosotros una substancia llamada fe. Es decir, tener fe significa estar transitado por esa corriente creadora que procede de la divinidad y que circula por el costado derecho.
Entendámoslo bien: todos los seres y todas las cosas poseen esa fuerza, ya que sin ella nada podría existir; lo único que varía es la cantidad. Así, mientras unos disponen de energías únicamente para poder alimentar su forma física, otros disponen de un remanente más o menos cuantioso. Entonces es cuando las perciben como algo que existe realmente en ellos, pero que no pueden ver ni mesurar. Esa percepción recibe el nombre de fe.
Diremos así que la fe es el reconocimiento, en nuestra naturaleza interna, de la fuerza espiritual creadora y configuradora de todas las cosas. Ese reconocimiento se manifiesta en diversas graduaciones. En unos, la fe solo les da para decirse que algo debe existir más allá de la materia orgánica. En otros, la fe les impulsa a seguir una determinada doctrina y a respetar ciertos preceptos. En otros, aún, la fe es una fuerza que los constriñe a comprender la técnica de la creación, a entrar en el secreto de sus leyes y sus misterios. Y finalmente, en otros seres, hay una tal cantidad de fe que pueden utilizar esas energías internas para crear o para configurar su realidad humana.
A partir de un determinado nivel, la fe se convierte en creadora. Jesús señala que si tuviéramos fe como un grano de mostaza moveríamos montañas. Ya dijo en otro punto de su enseñanza que el grano de mostaza, siendo la más pequeña de las semillas, se convierte en la más grande de las hortalizas. De modo que cuando las semillas de la fe son plantadas en nuestro jardín humano, también se desarrollan con exuberancia.
Entonces es cuando las montañas que hay en nuestra vida se mueven. Ya que no debe esperarse que la fe convierta el Himalaya en una apacible planicie, porque la configuración de la tierra ha sido modelada por las fuerzas macro-cósmicas y nuestros poderes micro-orgánicos solo pueden ejercerse a nivel humano.
Las montañas que nuestra fe allana o desplaza son las que aparecen o se presentan en nuestra existencia en forma de problemas, de situaciones que a simple vista parecen insuperables. Son esas montañas a que se refería el poeta:
«Y cuando la montaña de la vida
se haga alta y pesada y llena de abismos,
amar la inmensidad, que es de amor encendida
y arder en la fusión de nuestros pechos mismos«.
Es la montaña de la vida, la de las dificultades, los dramas, los desequilibrios que nos hacen caer, ora en el fuego, ora en el agua, la que allana el camino es la fe, convirtiendo nuestra existencia en una plácida y soleada llanura. Dicho de otro modo, nos ayuda a que la vida resulte más fácil.
Así pues, la fe, cuando se ha acumulado en nosotros hasta alcanzar niveles creadores, allana nuestra vida, la equilibra, aleja de ella los dramas, ya que las montañas, los altibajos, los abismos y peñascos inalcanzables, difíciles de escalar, son siempre el producto o bien de nuestros errores pasados o de los presentes, como la vanidad o el orgullo, que nos llevan a escalar cimas sociales para vanagloriamos de lo mundano.
La fe creadora eleva la frecuencia vibratoria de nuestra alma y esos obstáculos desaparecen, configurándose nuestra ruta de una manera distinta, de modo que el karma se desvanece y nuestros presentes defectos son superados. Sobre este punto ya nos hemos extendido al hablar del perdón de los errores.
También es preciso puntualizar que la fe está en la columna de la derecha de El Árbol de la Vida. Como solemos pasearnos más por la columna de la izquierda, la que requiere que vivamos en propia piel una secuencia, para creer en lo vivido, la que nos lleva a tener que quemarnos para creer que el fuego quema, eso lastra a menudo nuestra fe.
El problema añadido que se genera, cuando nos apegamos demasiado a la izquierda, es que retenemos las secuencias negativas y las grabamos a fuego. El resultado es que a la hora de tener fe en un cambio, en que las cosas irán mejor en el futuro, conectamos con ese mal recuerdo y pensamos que las cosas no van a mejorar, que no vamos a ser capaces de mover nuestras montañas, que es imposible que esa situación cambie, lo cual reduce de forma importante nuestras posibilidades
Me viene a la memoria un caso para ilustrar que la fe mueve montañas. Penny era una chica que había sufrido mucho en una infancia realmente dramática, con malos tratos continuos. A sus veintiocho años, vivía una vida llena de dolor, de rabia, de tristeza y culpabilidad. Pero nunca perdió la fe en que podía revertir su situación y buscó el cambio.
Un día llegó a sus manos la publicidad de un seminario de un gurú de la autoayuda y algo en su interior le dijo que debía ir. Costaba cinco mil dólares, más el viaje y ella no los tenía. Así que empezó a vender pertenencias, muebles, discos, ropa, todo lo que pudo, hasta reunir el dinero necesario.
Fue al seminario y allí descubrió que su fe no había sido en balde. El gurú la eligió entre 2500 personas para relatar su historia. Cuando ella terminó de hablar, ella, el gurú y la mitad del auditorio estaban llorando.
El gurú le ofreció ponerla en contacto con su psicóloga, le dijo que iba a darle un trabajo en su equipo y, para colmo, dos de las personas presentes le donaron 50.000 dólares cada una para que pudiera rehacer su vida y ayudar a otras personas con problemas.
Penny se fue del seminario con el mensaje grabado en su frente y en su corazón: ¡La fe mueve montañas!
En el próximo capítulo hablaré de: la oración y el ayuno
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