La cortina del templo se rasgó
“La cortina del templo se rasgó de arriba abajo en dos partes, la tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los monumentos, y muchos cuerpos de santos que dormían, resucitaron, y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Jesús, vinieron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y los que con él guardaban a Jesús, viendo el temblor dijeron: Verdaderamente este era Hijo de Dios”. (Mateo XXVII, 51-54. Marcos XV, 39. Lucas XXIII, 44-48).
Los tres Evangelistas que no estuvieron presentes en aquel acontecimiento memorable nos lo describen según fue recogido por la tradición oral. En cambio Juan, que sí estuvo allí, no dice nada de esta conmoción que sacudió la Tierra, pero no obstante desarrollaría ese tema en el Apocalipsis.
Esa conmoción, esa sacudida que hendió las rocas, abrió los monumentos y resucitó lo santo, es el efecto natural de la penetración de un universo más ancho -el representado por Cristo- en uno más estrecho -el representado por Jehovah.
Al penetrar el mundo de la Derecha en el de la Izquierda, podríamos decir que la tierra se dilató. Su antigua estructura se abrió para ceder el paso a una nueva. Las tinieblas absorbieron la luz y ese resplandor súbito cegó a los testigos del acontecimiento y, en ese deslumbramiento, les pareció que la tierra se había oscurecido, cuando en realidad se había impregnado de la luz que contenía el Cuerpo de Deseos de Cristo. Como Juan ya formaba parte del mundo crístico, él no experimentó el fenómeno. Para los que siguen la línea de Juan, los que siguen al Maestro desde el principio y van impregnándose de su naturaleza paso a paso, no hay conmoción. El nuevo mundo penetra en ellos lentamente, de forma suave, sin rasgar cortinas en su templo.
Los que no siguen la vía de Juan, vivirán ese momento de la absorción de un mundo por otro mundo a la manera de una catástrofe. La cortina del templo se rasgó, dice la crónica, y esto significa que los misterios que esa cortina ocultaba aparecerán ante la conciencia. Esa revelación súbita de la verdad hará que nuestra Tierra humana tiemble. Aquello que antes era firme o inamovible para nosotros, dejará de serlo y se hendirán las rocas o sea, la sólida estructura en la que se apoyaba nuestro mundo, a la que atábamos los cabos de nuestras certidumbres, de nuestros razonamientos. Esto es lo que sucede, por ejemplo, cuando una persona entra en depresión, tiene la impresión de que su mundo se hunde y los recursos que usaba, ya no le valen.
El monumento, aquello que era objeto de nuestra veneración y respeto, se abrirá y los santos dejarán sus tumbas y volverán a la ciudad para manifestarse de una manera palpableante ciertos hombres. Lo santo volverá a cabalgar, podríamos decir, volverá a cobrar vida, en lugar de ser un recuerdo venerable, pero yerto. Y entonces los centuriones, quienes tienen poder en el mundo físico, los de Pilato y del César, que creían custodiar un cuerpo muerto, reconocerán el linaje divino del Maestro y estarán dispuestos a acatar su orden.
Esa conmoción de la Tierra al penetrar en ella el espíritu de Cristo, se renueva todos los años en el plenilunio de Aries, y mientras para unos su tierra se oscurece y las tinieblas la cubren en las tres horas simbólicas en que rigen los signos deAgua -del mediodía a la puesta del Sol-, para otros tienen lugar todos esos prodigios. Lo santo sale de la tumba en el que la misma persona lo había encerrado, se le aparece claramente en su fuero interno, y su tierra tiembla y al estabilizarse de nuevo, ya no es la misma. Su estructura ha cambiado, sus componentes químicos han variado y su viejo mundo se ha hundido con estrépito para dejar paso al nuevo mundo.
Lo más triste que puede sucedernos enesta semana que la tradición ha llamado santa, es que nada de esto suceda en nosotros, que la cortina no se rasgue y que lo que era un misterio lo siga siendo. Que sigamos adorando los mismos monumentos humanos, literarios, arquitectónicos y que lo santo siga durmiendo en su tumba mientras nuestros centuriones, los que ejecutan nuestra política, velan el cadáver de lo justo sin apercibirse de los prodigios que tienen lugar en la naturaleza y en los que nuestra naturaleza debería participar.
El plenilunio de Aries seguirá siendo, para muchos, el derramamiento inútil de una luz que no penetra en sus tinieblas, mientras que para otros será el momento de la caída estrepitosa de lo antiguo y la emergencia radiante de un mundo nuevo.
En el próximo capítulo hablaré de: ¿Por qué me has abandonado?
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