La clave es creer
”Que vuestro corazón no se turbe. Creed en Dios, creed también en mí”. (Juan XIV, 1).
Es una recomendación indispensable en esa gran noche del alma que representan las tierras del Noun, cuyos trabajos describe Juan en este capítulo.
Estamos en plena noche y los discípulos de Jesús van a enfrentarse a la gran prueba de perder a su Maestro, el cual ha de morir como entidad separada del mundo humano, para poder renacer en ese mundo formando parte consubstancial de nosotros.
En esa gran noche del alma que es el Noun es preciso que nuestro corazón no se turbe, no se oscurezca y que conservemos en nosotros esa fe que ha de permitirnos seguir conectados con Cristo cuando no lo veamos ni oigamos su voz.
El Noun representa el esplendor del mundo material; es una ventana abierta al goce de los sentidos. El aire que nos llega de la tierra lleva el perfume de todas sus flores, que con tanta profusión nos da el signo de Tauro, representante zodiacal y generador de la fuerza Noun. La tierra se diviniza, la belleza estalla por doquier y el alma humana se inclina a pensar que aquel esplendor es la verdad y toda la verdad, que aquella tierra exuberante lo ha creado todo, ha creado de algún modo su propia trascendencia, la idea de Dios.
El Noun constituye, para el alma humana en su peregrinaje hacia el Reino, el gran peligro. Cuando la persona ha superado el escollo que representa el mar de las emociones en el que tantos peregrinos naufragan, diciendo «Dios es sentimiento» y adora al Creador bajo ese aspecto, realizando una buena obra diaria, cultivando en él los sentimientos piadosos. Cuando ha superado el escollo de la razón concreta, en la que Dios aparece como un institutor de normas, de leyes y de reglas que es preciso descubrir. Cuando ha sido ya piedra angular de la construcción de la nueva ciudad mística, el alma desemboca en la noche del Noun, en la que la luz negra deslumbra con sus reflejos.
Entonces el peregrino escucha esa voz que viene del fondo de sus entrañas y que le dice: «tú ya has llegado. Este es el mítico Edén que has estado buscando. Dios lo ha preparado para ti, para todos los justos como tú. Aquí ya no hay reglas, ya no hay normas, aquí puedes comer y beber los frutos y el néctar y la ambrosía que manan de este Paraíso«. Ante esa voz, que viene a sus oídos en forma de delicado canto, como el de esas sirenas que escucharan los compañeros de Ulises, de regreso de la guerra de Troya, el peregrino se deja convencer. «Si, en efecto -piensa- yo he encontrado a Dios en mis sentimientos y he abandonado los placeres de los sentidos para que la divinidad pudiera impregnarme. He descubierto a Dios en las leyes, he seguido sus huellas en las tradiciones, y a través de mí la Obra Divina se ha propagado. He construido con mis manos el mundo de Dios. Heme aquí gozando del divino bienestar. Ahora todas mis renuncias revierten sobre mÍ; viejos placeres me proponen su gozo y me abandono a ellos porque ya nada ni nadie puede arrebatarme mi sabiduría y mi luz«.
Así razona la persona que ha interiorizado el impulso crístico hasta el escenario Noun. Ya sabemos que en cada etapa se produce una recapitulación de las anteriores, y en el Noun, que es la decimocuarta estancia por la que pasa la fuerza crística, se recapitulan todos los procesos anteriores. Es la prueba final y la más terrible para el discípulo. Lo es porque el Noun magnifica y exalta todo lo que toca. A través del Noun todo se escenifica de una forma esplendorosa, primorosa, y los recuerdos llegan al alma, procedentes de pasadas etapas, con todo su frescor. Vivencias antiguas se actualizan, viejos amores reaparecen y sepultan al peregrino en el reino de las maravillas mientras él, llevado por su voz interna, se convence de que aquél es el Edén del que Cristo hablara, que ese es el placer reservado a los justos.
En el próximo capítulo hablaré de: la caída de Salomón
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