Falsos Cristos
“Si alguien os dice entonces: Cristo está aquí o allí, no le creáis. Ya que se levantarán falsos cristos y falsos profetas que harán grandes prodigios y milagros, hasta el punto de seducir, si fuera posible, hasta a los elegidos. He aquí que os lo anuncio por adelantado. Si alguien os dice: está en el desierto, no vayáis; si os lo anuncian en una habitación, no los creáis, ya que como el rayo sale de Oriente y se hace ver hasta en Occidente, así será el advenimiento del Hijo del Hombre. En cualquier lugar que esté el cadáver, allí se juntan los buitres”. (Mateo XXIV, 23-28. Marcos XIII, 21-23).
Jesús pone una vez más en guardia a sus discípulos contra la aparición de falsos Cristos. Ya hemos tratado este punto con bastante amplitud anteriormente. Añadamos aquí algo que es obvio y que se desprende de todo lo anteriormente apuntado: Cristo es mucho más que una persona, mucho más que una doctrina. Es un proceso creador como lo es Jehovah y si el nombre de Jehovah oculta las cuatro fases de elaboración natural de todas las cosas, que conocemos como Yod-He-Vav-He, o plantación-interiorización-exteriorización-fruto, Cristo supone una segunda creación, articulada con las fuerzas activas en el Yod-He-Shin-Vav-He, que constituyen el nombre de Yeshua, pronunciado convencionalmente como Jesús.
El Shin (21), -ya que este es el número de orden que corresponde a esta letra hebraica- fue enviado de arriba y puesto al alcance de nuestra naturaleza humana. La misión de Cristo puede resumirse como: poner a nuestro alcance una fuerza divina redentora de todos nuestros males. Ahora esta fuerza ya está en la Tierra, permanentemente atada por la muerte de Cristo, de modo que no tiene sentido alguno un retorno de la tal fuerza, porque ya está aquí, nunca se ha ido.
El retorno significaría, por el contrario, que Cristo abandona su prisión material para reintegrarse a su mundo, dejándonos huérfanos de esa fuerza redentora, cuando todavía la necesitamos, porque la humanidad no ha conseguido aún fabricarla en sí misma o, por lo menos, alcanzar, en su fabricación, el estadio Vav, o sea ese punto en que el Shin pueda exportarse abundantemente y abastecer con él a toda la humanidad.
Cristo será necesario en la Tierra hasta el final de ese tiempo, hasta que estemos preparados para vivir en la tierra etérica. Y por ello no aparecerá y es inútil que lo busquemos en el exterior. Es en el cielo, en nuestro cielo interno, que Cristo nos será revelado sin lugar a dudas, como el relámpago se revela en una noche oscura. Esta revelación tendrá lugar cuando la fuerza crística alcance en nosotros la fase Vav, la de la manifestación exterior.
No busquemos pues a Cristo en las personas, por sabias o iluminadas que estas puedan ser, sino en nuestra propia naturaleza interna, y no cometamos la ingenuidad de dejarnos seducir por los «poderes» que el pretendido Cristo pueda exhibir, porque el «poder» es una fuerza espiritual que se manifiesta a través de un determinado individuo, que se convierte así en un canal de exteriorización. Si esa fuerza es utilizada por la persona en su propio provecho, si alardea de ella y se confunde él mismo, creyéndose, no el canal, sino el productor de esa fuerza, día vendrá en que se verá confundido y, con él, todos los que han creído en su poder. En el estadio evolutivo actual, el ser humano no tiene más poderes que aquellos que Dios le da, o sea es canal de esos poderes, pero no creador de ellos.
“Allí donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres”, pone Mateo en boca de Jesús en esta secuencia. En el proceso de realización de la obra alquímica, aparece la figura del cuervo o del buitre, devorando el cadáver. Cuando Cristo aparezca en nuestro cielo como un relámpago, cruzándose de Este a Oeste, en toda nuestra extensión humana, se producirá la muerte de nuestra anterior personalidad y los cuervos o los buitres aparecerán para devorar este cadáver.
Ya hemos visto, en capítulos anteriores, que una calidad determinada de átomos es necesaria para formar nuestros cuerpos, tanto el físico como el de deseos y el mental. Si esta personalidad cambia, si nuevas fuerzas espirituales entran a trabajar en nuestros vacíos internos, nuestra constitución atómica deberá ser renovada y, para que esto sea posible, deben retirarse los átomos que constituían la anterior. Ese es el trabajo que realizan los «buitres» o los «cuervos«, que es el mismo encargado a los gusanos en lo que a disolución del cuerpo físico se refiere.
Se conoce esotéricamente con el nombre de «cuervos» a los arcángeles que devoran el cadáver del cuerpo de deseos, para esparcir los átomos por el Mundo de los Deseos, mientras que los Señores del Intelecto son los «buitres» que devoran los átomos de nuestro cuerpo mental y los restituyen al mundo del pensamiento.
Nuestro cadáver emotivo y mental, reducido a polvillo atómico, seguirá actuando en sus respectivos mundos e impregnando, con la sabiduría que haya captado de nosotros, las mentes y los deseos de aquellos que lo incorporan a sus cuerpos en su descenso hacia el mundo físico.
En el próximo capítulo hablaré de: días de angustia
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