El tránsito en invierno
“Rogad para que vuestra huida no se efectúe en invierno, ni en día de Sabat, ya que entonces la tribulación sería tan grande, que no la ha habido de semejante desde el comienzo del mundo hasta ahora, y como no la habrá jamás. Y si esos días no fueran abreviados, nadie se salvaría; pero a causa de los elegidos, estos días serán abreviados”. (Mateo XXIV, 20-22). Marcos XIII, 18-20).
Lucas precisa: “Habrá gran tribulación en el país y cólera contra ese pueblo que caerá bajo el filo de la espada y serán llevados cautivos a todas las naciones. Y Jerusalén será pisoteada por las naciones, hasta que el tiempo de las naciones se haya cumplido“. (Lucas XXI, 23-24).
Nos dice Jesús en este punto que debemos rogar para que el tránsito de un mundo a otro, de una era a otra, no se efectúe en invierno ni en un día consagrado a Jehovah, porque entonces nuestra tribulación sería tan grande, que jamás habríamos vivido un trance semejante. Se trata, claro está, del invierno mítico y no de la estación del año. El invierno es la etapa final de un ciclo, es el periodo que llamamos segundo He, en el que todo muere para renacer en el ciclo siguiente. Si la llegada de la nueva era nos encuentra en tiempo de muerte y disolución, nos veremos desfasados, desincronizados del movimiento del cosmos.
Lo que quiere decir Jesús es que cada uno de nosotros debe ser actor, protagonista, promotor de ese cambio, y para ello es preciso que lo vivamos desde su fase Yod, la primaveral y que seamos, por consiguiente, la semilla de la nueva era, luego la tierra en la que arraiga (etapa He), después la planta testimonio del cambio (etapa Vav), para derramar finalmente las semillas del Reino en el mundo que nos circunda (etapa segundo He que completa el ciclo de los cuatro Ritmos de la Energía del Yod-He-Vav-He).
Si lo hacemos así, seremos los portadores de la nueva era, sus soportes naturales, perfectamente sincronizados con el acontecer del cosmos. Pero si abordamos la etapa del cambio en invierno, estaremos actuando contra corriente y fuera de tiempo, con el viento en contra y la nueva era, en lugar de impulsarnos suavemente, llegará a nosotros de forma traumática.
Lo mismo sucederá si la llegada del Reino nos sorprende cuando le estemos consagrando el día a Jehovah, lo cual viene a ser parecido a recibirlo en invierno. El culto a Jehovah, al sábado, día regido por Saturno, es propio de la era que termina y llega un momento en que debe ser abandonado para entrar en la era crística.
No se trata tan solo de rogar a un Dios en lugar de a otro, sino de desligarse de la obediencia a la ley porque nosotros ya somos esa ley y nos movemos automáticamente de acuerdo con sus ritmos, al igual que los músculos involuntarios de nuestro cuerpo, los cuales realizan sus funciones al unísono con el movimiento del cosmos.
Existen dos maneras de penetrar en el Reino: subidos en el barco que representa la nueva era, o como náufragos, recogidos en el «proceloso mar de la vida» y arrojados en ese barco como material de desecho, como elementos desperdiciados que se salvan gracias a los elegidos, a los que están en ese barco, los pescadores que han aprendido con Cristo a tirar la red. Si esos pescadores no estuvieran ahí, los náufragos no podrían ser recogidos y grande sería su tribulación en las aguas encrespadas de un mundo que emerge y que se obstinan en negar.
Jehovah es el Dios de raza, el animador de todos los cultos ante crísticos, de todos los que proclaman la supremacía de su dios sobre el dios de la raza de enfrente. Fue toro en el antiguo Egipto y bajo la forma de la vaca sagrada sigue siendo adorado aún hoy en la India. Fue cordero al formarse el Pueblo Elegido, el cual recibiría el maná-cuerpo del pensamiento.
La aparición de Cristo pone fin a su mandato, instituyendo una religión universal al convertir las relaciones hombre-divinidad en un asunto particular de cada ser humano y no en un asunto racial.
Tenemos así que los elegidos del Reino son aquellos que no se sienten unidos a una raza física y que se proclaman universales, capaces de casarse y emparentarse con cualquier ser humano, provenga de donde provenga. En cambio, las personas que se sienten superiores por pertenecer a una raza, a un pueblo, los que discuten por asuntos de lengua, que trabajan para «la pureza de un idioma«, todos los que veneran los particularismos y se excluyen del resto, por haber nacido en una región o en una raza, si no cambian, irán a engrosar las filas de ese pueblo de náufragos que deberá su salvación a las redes tendidas por el grupo de pescadores que Cristo adiestró.
En el próximo capítulo hablaré de: antiguos esoterismos
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.