El mensaje del tercer cerdito
«Es por ello que quien entiende mis palabras y las ponga en práctica, se asemejará a un hombre prudente que ha construido su casa sobre la roca. La lluvia ha caído, los torrentes han venido, los vientos han soplado, precipitándose sobre la casa y esta ha resistido porque tenía sus fundamentos en la roca. Pero el que entiende esas palabras y no las pone en práctica, es semejante al insensato que ha edificado su casa sobre la arena. La lluvia ha venido, los torrentes se han precipitado, los vientos han soplado y cayendo sobre la casa la han derribado y grande ha sido su ruina«. (Mateo VII, 24-27).
Así es como Jesús terminó su transcendente discurso, exhortando a sus discípulos a construir su morada humana sobre tierra firme y no sobre bases arenosas, que pueden ser destruidas por las aguas de los sentimientos móviles o por los vientos de las ideas extremistas.
En ese sermón la persona ha de encontrar la roca sobre la que edificar su morada humana. El que es capaz de vivir en profundidad esos principios ha llegado ciertamente a la tierra de la seguridad y ni los sentimientos pasajeros ni el pensamiento humano desatado podrán moverlo.
Encontrar esa roca ha de ser nuestro objetivo. Examinemos nuestra conducta y veamos cada día en el momento de acostarnos, cuál de esos principios hemos transgredido. Seamos sinceros y atentos en ese examen, ya que la dinámica natural de nuestra conducta esconde, más que revela, la fuerza que la ha generado. Observemos nuestros gestos en lo pequeño y sepamos en ellos adivinar lo grande que ocultan.
La arena es lo cambiante, lo que se mueve bajo los efectos de la lluvia y del viento. En la vida social, son las modas, las corrientes de opinión, los sentimentalismos de la época. Si adoptamos como principios lo que está bien visto por la sociedad, lo que resulta halagador o, si al contrario nuestros principios se basan en la singularización, queriendo de algún modo chocar, asombrar al prójimo, estaremos expuestos a los vaivenes de los elementos y sin capacidad de establecer una entidad espiritual firme, no podremos edificar esa mítica morada que permita a la divinidad residir en nosotros.
Buscar la roca, esa puede ser la síntesis de nuestro objetivo después de haber escuchado el sermón, buscar esta tierra humana que nos proporcione un cobijo ante las tempestades del alma. Si en nuestro peregrinaje hemos alcanzado esa roca, aunque los avatares de nuestro destino nos vapuleen, la casa edificada en ella resistirá.
En cambio, buscar la ilustración espiritual sin mover el comportamiento, sin implantar en nosotros los postulados del sermón, equivale a edificar sobre arenas movedizas. Conviene releer a menudo este Sermón y meditar los comentarios, porque ahí es donde se encuentra la roca.
Añade el apóstol (Mateo Vll, 28‑29), que al terminar Jesús sus discursos, la multitud quedó admirada de su doctrina, ya que enseñaba como teniendo autoridad y no como sus escribas. La multitud a que se refiere el apóstol es el mundo, ya que el Sermón fue pronunciado ante sus discípulos y nadie más. La humanidad quedaría admirada de su doctrina, ya que ese Sermón es una perfecta síntesis de la enseñanza cristiana y la vida de Jesús sería una ilustración práctica de cada una de sus afirmaciones.
Todos los postulados del Sermón de la Montaña están basados en la fe y en el amor y no en la ley, como sucedía en la antigua religión de Jehovah. El ser cristiano se alza por encima de la ley y responde con el amor al mal que recibe. Por ello ya no necesita ni jueces, ni abogados, ni guardias, ni brazos armados de la ley.
Si hoy en el mundo en que vivimos, son los militares, los guardias, los jueces y abogados quienes imperan, es porque el mundo todavía vive bajo el imperio de la antigua ley. Cuando la humanidad viva según los postulados del Sermón de la Montaña, no será necesario que la ley tenga servidores estipulados, porque cada persona será un guardián de la ley y la sobrepasará con su conducta, haciendo su observación innecesaria.
La conquista del reino del amor no es una empresa colectiva; no es un reino que pueda instaurarse por decreto, y bien hemos visto que cuando un determinado régimen político se autodenomina católico o cristiano, su pretendido cristianismo es solo un barniz y ninguno de los postulados del Sermón tiene vigor.
La conquista del Reino del amor es una epopeya individual, se penetra en él de uno en uno, a medida que la persona va renunciando a todas las «ventajas» que le ofrecen las leyes humanas y prefiere ser víctima antes que verdugo, amando a sus semejantes con amor paternal.
Para conseguir que esto se cumpla en nuestro interior, es preciso nacer de nuevo, volver a ser niños, como tantas veces diría Jesús en el curso de su ministerio, porque sobre las leyes antiguas no podemos superponer las nuevas normas. El amor exige de nosotros un cambio total y ninguno de los valores antiguos sirve para establecerse y progresar en el Reino.
Después de haber comprendido el funcionamiento del cosmos y de haber adquirido un conocimiento profundo acerca de los resortes que mueven nuestra personalidad, debemos abandonar la torre de la ciudadela material y fulminarla con los rayos del amor, para poder renacer en el Reino del Padre.
En el próximo capítulo hablaré de: descender de la montaña
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