El hombre sin traje de bodas
Mateo inicia su capítulo 22 con la parábola de los invitados, que ya hemos comentado al tratar del capítulo 14 del Evangelio de Lucas. Pero Mateo refiere una secuencia que no figura en el de Lucas. “Cuando los nuevos invitados, aquellos que los servidores han encontrado en las plazas y en los caminos, se encuentran ya sentados en la mesa, entra el rey para verlos y divisa allí a un hombre que no llevaba traje de bodas. Dirigiéndose a él, le dijo: amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda? El hombre enmudeció. Entonces el rey dijo a sus ministros: Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos”. (Mateo XXII, 11-14).
Al comentar esa parábola decíamos que, si bien los servidores habían recibido la orden de su rey de llevar a su casa a cojos, ciegos y tullidos, esos servidores actuaban con criterio propio y no sentaban en la mesa del Señor a gentes que, por su condición, eran incapaces de asimilar los alimentos que iban a serles suministrados. Aquí vemos que nuestra observación no iba desencaminada, puesto que el rey exige a sus invitados que lleven el vestido de bodas. Se trata del mágico vestido blanco con que el alma ha de presentarse al banquete de la espiritualidad.
Cuando los espíritus virginales iniciaron su descenso hacia los mundos materiales, su túnica era esplendorosamente blanca. Luego, en el transcurso de su itinerario involutivo, el vestido virginal se iría tiznando con el color de los Sefirot cuya personalidad iban interiorizando, hasta alcanzar ese tono terroso que es propio de nuestro planeta.
Llegada el alma al final de su itinerario involutivo, ha de iniciar el camino de ascenso y en él los Sefirot realizan su trabajo al revés, retirando de esa alma su color, su velo, hasta dejarla totalmente desnuda y en su primigenio color blanco. Es con este vestido que debe presentarse a la mesa del Rey.
Los videntes que perciben el aura de los planetas, ven como Urano tiene un color anaranjado. Pero, si es así como se manifiesta Hochmah en el mundo físico, en cambio en los demás mundos Hochmah es blanco, lo mismo que Kether y entre ambos no hay diferencias esenciales.
En cambio el color de Binah en el mundo físico es el negro, y en las ceremonias iniciáticas, los oficiantes visten de negro.
En la parábola se nos dice que el hombre que no llevaba el vestido adecuado es arrojado violentamente a las tinieblas. No se trata aquí de una exageración necesaria para la dramatización del relato, sino de un hecho real. Para poder sentarse en la mesa del Rey del Universo, es preciso que el invitado vibre en una determinada frecuencia. Esta elevada vibración es la que da el color blanco. ¿Cómo pudo suceder que alguien sin ese vestido se sentara en la mesa del rey? Sin duda alguna utilizó un truco, un ardid para pasar por la puerta.
Ya sabemos que en el dominio de la espiritualidad, algunos ofrecen fórmulas para avanzar más rápidamente, basándose en ejercicios de respiración, de gimnasia, de técnicas mentales, de castraciones auténticas o figuradas que no son una conquista del alma evolucionada, sino un artificio para conseguir ese vestido blanco de boda, justo el tiempo necesario para pasar por la puerta. Pero después, como le ocurriera a la infortunada Cenicienta, pasada una determinada hora, el vestido blanco se deshilacha y aparecen sus auténticos harapos. Al dejar de vibrar a la intensidad requerida, se ve violentamente desalojado de la mesa a la que le llevó su osadía.
Solo la pureza interna, la inocencia reconquistada, nos asegura un puesto permanente en la mesa del Rey. Los que acuden allí movidos por la vanidad, por el afán de poderes y de renombre, porque quieren subyugar a sus semejantes y enseñorearse de ellos, se ven desenmascarados. Solo los limpios de corazón son elegidos entre la multitud de llamados. Solo ellos se encuentran en condiciones de asimilar los alimentos que en cada mesa les serán servidos, sin indigestarse.
En el próximo capítulo hablaré de: el consejo de los fariseos
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