El día de Pentecostés
“El poder que los apóstoles recibieron del Espíritu Santo no se limitó a la remisión de los pecados. En efecto, el día de Pentecostés, estando los discípulos reunidos en un mismo lugar, se oyó de pronto un ruido procedente del cielo, como el de un viento impetuoso que llenó toda la casa en la que estaban sentados. Lenguas semejantes a lenguas de fuego se le aparecieron, separadas las unas de las otras y se posaron sobre cada uno de ellos, siendo todos llenados de Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en otras lenguas, según que el Espíritu les daba de expresarse. Se encontraban en Jerusalén judíos y hombres religiosos de todas las naciones y se extrañaron de ver, de pronto, a los galileos expresarse en todas las lenguas. Los unos se decían a los otros ¿qué significa esto? Y algunos se burlaban, diciendo: Están llenos de vino dulce. Entonces Pedro elevó la voz y les habló en estos términos: hombres judíos y moradores todos de Jerusalén, sabed esto y prestad oído a mis palabras: estas gentes no están bebidas, como vosotros suponéis, ya que estamos en la tercera hora del día. Ocurre lo que ha sido dicho por el profeta Joel: en los últimos días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre toda carne: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos tendrán sueños. Y aún sobre mis siervos y sobre mis siervas, en esos días derramaré de mi espíritu y profetizarán. Haré que aparezcan prodigios en lo alto del cielo y milagros abajo en la tierra, sangre y fuego y exhalación de humo. El Sol se tornará tinieblas y la Luna sangre antes de que llegue el día del Señor, de ese grande y glorioso día. Entonces quienquiera que invoque el nombre del Señor, será salvado”. (Hechos de los Apóstoles II, 1-21).
Este punto de la enseñanza nos refiere algo que ha de sucedernos a todos en un momento dado de nuestro proceso evolutivo. En efecto, sabemos que nuestro Ego Superior nos manda al mundo una y otra vez, convertidos en vehículos suyos, para que volvamos a él cargados de experiencias. Así, un día nacemos en España y aprendemos el idioma español; otro día nacemos en Francia y aprendemos francés otro día en Alemania y aprendemos alemán, etc. Pero entre una y otra encarnación olvidamos lo aprendido o, mejor dicho, no le es comunicada a la personalidad material cierta información que el Ego se reserva y que permanece en los llamados archivos akásicos, en los que figura todo nuestro historial. Allí figura lo que hemos establecido positivamente, puesto que lo negativo (lo que es contrario a las leyes cósmicas) no «sube» arriba y debe ser liquidado en el mundo material, vida tras vida, hasta saldar definitivamente la cuenta en nuestro Getsemaní (karma) particular.
Mientras el Ego Superior necesita información del mundo material, él se reserva las experiencias que le procuramos, no las inocula a sus futuros vehículos, ya que si estos poseyeran todo el saber acumulado, lo utilizarían en beneficio personal y le harían un corte de mangas al Ego cuando los pusiera a trabajar en programas difíciles.
Ya hemos visto que esto ocurre a pesar del Ego y cuando a una lumbrera, que ha desarrollado mucho su parte intelectual, le toca, por designio expreso del Ego, ser pastor de cabras, a veces se rebela contra su destino y acaba convirtiéndose en profesor, lo cual puede valerle una condena a muerte por parte de su Ego (ello es debido a que aquella vida no le será de utilidad alguna). Estas situaciones son inherentes a los misterios del Ego y no debemos sacar de ellas conclusiones generales.
En el próximo capítulo hablaré de: experiencias mixtas
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