El ciego y los fariseos
El ciego es llevado a presencia de los fariseos y tiene lugar entonces una escena digna de figurar en el mejor de los monólogos cómicos. En efecto, resulta que era sábado, nos dice el cronista, y ya tenemos a nuestros fariseos alarmados por haberse roto esa tregua sagrada devolviendo la vista a un ciego. El nuevo vidente es interrogado otra vez sobre la forma en que recobró su vista. Él les repite lo que ya les ha dicho: «me puso lodo sobre los ojos, me lavé y veo. Los fariseos, de acuerdo con su peculiar forma de razonar, dijeron: no puede venir de Dios este hombre, puesto que no respeta el sábado. Pero otros decían: ¿Cómo es posible que un pecador pueda realizar tales milagros? Ante el desacuerdo, pidieron la opinión del beneficiario del prodigio: ¿Qué dices tú de ese que te abrió los ojos? Qué es profeta», respondió el ciego.
Si era verdad que había recobrado la vista, entonces debían reconocer que Dios hizo un prodigio precisamente en un día que él mismo había prescrito descanso. Si esto resultaba cierto, todo su sistema de creencias se venía abajo. Por ello mandaron venir a los padres del ciego. «¿Es este vuestro hijo, de quien vosotros decís que nació ciego?, les preguntaron. ¿Cómo es que ahora ve? Los padres se encogieron de hombros. Lo único que sabemos es que nació ciego. Como ha conseguido ver, esto no lo sabemos y menos aún quién le abrió los ojos. Preguntádselo a él que edad tiene para responder; que él hable de por sí. Dijeron esto sus padres porque estaban atemorizados ante los judíos, temiendo que si confesaban que era el Mesías quien abrió los ojos de su hijo, fueran expulsados de la sinagoga y de la comunidad judía. Llamaron al ciego por segunda vez instándole a que contara la verdad, que dijera que el milagro no se había producido tal como él lo refería, puesto que los fariseos sabían que Jesús era pecador. Si es pecador, no lo sé – respondió el ciego-. Lo que sé es que, siendo ciego, ahora veo. ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?, El ciego respondió: Ya os lo he dicho y no habéis escuchado. ¿Para qué queréis oírlo otra vez? ¿Es que queréis haceros discípulos suyos? Ellos, insultándole, dijeron: Sé tu discípulo de él; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés, mientras que de este no sabemos de donde viene: Esto es de maravillar, que vosotros no sepáis de dónde viene, habiéndome abierto a mí los ojos. Sabido es que Dios no oye a los pecadores; pero si uno es piadoso y hace su voluntad, a ese le escucha. Jamás se ha oído decir que nadie haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este no fuera de Dios, no podría hacer nada. Escuchándole, los fariseos se indignaron. ¡Eres todo pecado desde que naciste y pretendes enseñarnos! Y lo echaron fuera de la asamblea”. (Juan IX, 13-33).
Aparece en esta secuencia algo con lo que anteriormente ya nos hemos encontrado, y es que las normas que da la divinidad, un día u otro deber ser transcendidas, sobrepasadas. La temática del sábado aparece de nuevo. Jesús se complace en violar las reglas. Podía haber curado aquel ciego en cualquier otro día de la semana pero lo hizo el sábado para provocar en los fariseos una reacción.
Jehovah había revelado a Moisés una dinámica que se convertiría en Ley, y esa ley es válida mientras nos movemos en el universo que Jehovah rige. Cuando traspasamos las fronteras de sus dominios, la ley prescribe.
¿Cómo no avisó Jehovah que sus reglas no eran eternas? No avisó explícitamente porque su superación forma parte de la misma ley. Jehovah, tal como ya lo hemos estudiado, no es solo un nombre, sino un conjunto de fuerzas, representadas por las letras de su nombre: Yod-He-Vav-He. Cuando el He final entra en acción, la semilla que era el Yod, se ha convertido en un fruto que ha cambiado por entero el paisaje. Si esas cuatro fases tuvieran lugar en un campo yermo, en el periodo Yod veríamos que la tierra ha sido removida, para plantar en ella las semillas; en el periodo He no notaríamos ningún cambio, porque las semillas están trabajando por dentro; en el periodo Vav veríamos ya que aquello ha cambiado de aspecto, porque la planta empieza a crecer, y en el periodo segundo He esa planta se ha convertido en un árbol que da frutos, cuyas semillas son portadoras de otro universo.
Cuando el fariseo proclama su fidelidad a la ley de Moisés, es que ese proceso natural se le ha atascado en algún punto; ha sobrevenido en su tierra alguna plaga que ha matado la planta de la ley, convirtiéndola, por así decirlo, en una semilla muerta que arrastra consigo, venerándola.
Las leyes de Jehovah han de conducir a la revelación de ese otro universo en el que no habrá leyes, porque el efecto perseguido por ellas ya se ha cumplido.
La perplejidad de los fariseos describe la perplejidad que vive nuestra alma cuando una de sus tendencias se dispara hacia la luz y empieza a ver. Llama entonces esa tendencia a comparecer ante el tribunal de todas las demás, las farisaicas, y las interroga una y otra vez; llama a sus padres, es decir, a las fuerzas que la han engendrado, para que expliquen el prodigio. ¿Es verdad que aquel que ahora ve y descubre un mundo nuevo, nació sin ver? ¿Es verdad que aquél era el que se encontraba sentado en la puerta del templo? Los padres reconocen a su hijo, pero escurren su responsabilidad en aquel fenómeno. «Ya tiene edad para responder, dicen, interrogadlo a él”.
Cuando una de nuestras tendencias internas se dispara hacia la luz, porque en su discurrir por dentro se ha acercado a Cristo sin saberlo, se produce una ruptura respecto a las tendencias que la han gestado y queda desligada, separada de sus hermanos, padre, madre, sin otra familia que aquella que es como ella, heredera del reino celestial del Padre.
El prodigio no hubiera suscitado tanta emoción por parte de los fariseos, de no haber quebrantado sus reglas, es decir, si la tendencia que abría los ojos, representada por este ciego, hubiese visto el mundo que todos ellos veían. Pero cuando preguntan al ciego lo que pensaba del que le había abierto los ojos, dice: «Que es un profeta«, y más adelante, acuciado por los fariseos, el ciego defiende al que le había abierto los ojos, declarándolo del linaje de Dios, lo cual indignó tanto a la asamblea que lo echaron de su presencia.
Era evidente que los ojos del ciego se habían abierto a un mundo nuevo y ahora ese ciego enseñaba a los que antes eran sus jefes naturales. Los poderes sabáticos, representados por los filisteos, se veían atacados por los antiguos ciegos llamados a la luz. Si no reaccionaban, pronto verían al ciego coronado rey y ellos, las jerarquías en funciones, se convertirían en sus subordinados. Por ello los fariseos, para subsistir, debían apoderarse de esa fuerza que abría los ojos de los ciegos en pleno sábado, en la misma plaza fuerte de sus poderes, y darle muerte.
En el próximo capítulo hablaré de: Creo en él
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