Dar la paz
«Os dejo la paz, os doy mi paz. No os la doy como el mundo da. Que vuestro corazón no se turbe y no se alarme ya más. Habéis oído lo que os he dicho. Me voy para volver a vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que fuese el Padre, ya que el Padre es más grande que yo. Y ahora os he dicho esas cosas antes de que sucedan, a fin de que cuando lleguen, vosotros creáis. Ya no os hablaré mucho más, porque el príncipe del mundo llega. En mí no hay nada de él. Pero a fin de que el mundo sepa que amo al Padre y que actúo según las órdenes de mi Padre, levantaos y vayámonos de aquí”. (Juan XIV, 27-31).
Así termina el capítulo XIV de Juan relatando los acontecimientos-enseñanzas de esa gran noche del alma que es la noche del Noun, cuando la acumulación de las sombras anuncia, precisamente porque las tinieblas ya no pueden ser más densas, la próxima aparición de la luz.
«No os doy mi paz como el mundo da«, dice Jesús sin ser más explícito sobre este punto, dejando que sea el abogado, cuando aparezca en nuestra organización psíquica, quien nos lo explique. ¿De qué manera da el mundo? Ya lo vemos en los intercambios humanos. El mundo exige siempre una devolución de aquello que nos presta, ya que dar, lo que se dice dar, no da nunca.
Incluso en la muerte nos vemos obligados a restituir al mundo los materiales que nos prestó para constituir nuestro cuerpo físico. Mientras seamos mundo, mientras formemos parte de su organización, tendremos que devolver lo que nos va siendo prestado. Ya hemos visto, al estudiar los intercambios energéticos entre planeta y planeta, cómo debemos devolver lo prestado con los intereses que haya devengado. Lo mismo sucede en los intercambios mentales y emotivos entre personas. Las ideas que hemos dado, los sentimientos difundidos, volverán a nosotros multiplicados, con su carga positiva o negativa, según si hemos inspirado en los demás ideas y sentimientos de naturaleza elevada o que les hayan inducido a bajar al mundo de perdición.
Mientras seamos mundo, estaremos sometidos al régimen del intercambio y a medida que nos vayamos vaciando de nuestros contenidos humanos, nos iremos cargando de materiales que el mundo transporta. Esto nos atará a este y aquel, a gente-mundo que tal vez no conocemos, pero que al establecer lazos mentales con sus ideas o sus sentimientos, los «aproximamos» a nuestra vida material, y un día, en una encarnación, aparecerán físicamente para reclamarnos lo prestado, o seremos nosotros quienes se lo reclamaremos.
Por este procedimiento el mundo va encadenando a sus criaturas, y así vemos que quienes «trabajan» en signos de Fuego son el motor que pone en marcha a los que «trabajan» en signos de Agua. Vemos como estos, con la fuerza de sus sentimientos, fecundan el intelecto de los que «trabajan» con el Aire, y estos a su vez sugieren ideas a los que disponen de la Tierra para realizarlas.
Si esta interacción pudiera ser contemplada por el ser humano, veríamos cómo el triunfador, el que consigue destacar en una especialidad determinada, debe su éxito a infinitas conexiones recibidas de una multitud de seres que han contribuido, con sus impulsos, a su triunfo. Ese triunfo, conseguido gracias a la participación del mundo, le valdrá al interesado el tener que devolver lo prestado, de modo que en esa rotación de rostros sociales que conducen al éxito, el triunfador se verá precipitado en esa rueda de la fortuna que es la vida en el mundo y se convertirá en el servidor de todos aquellos gracias a cuyas «donaciones» ha conseguido destacar.
Tenemos aquí el esquema de una ley del triunfo, según la cual el triunfador, para serlo, ha de acumular en él impulsos ajenos y no restituirlos; tiene que ser receptor y no dador, y esto puede encontrarse inscrito en un tema natal, en forma de acumulación de planetas en casas fijas, la II, la V, la VIII y la Xl, que constituyen canales receptores y no exteriorizadores de contenidos.
Pero ese triunfador, en función de la ley de intercambio, un día deberá apearse de su fama y ser el servidor de todos aquellos a los que ha utilizado.
En el próximo capítulo hablaré de: en el reino de Cristo
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