¿Con qué poder?
“Entrando en el Templo, se le acercaron, mientras enseñaba, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo, diciendo: ¿Con qué podemos hacer tales cosas? ¿Quién te ha dado el poder? Respondiendo, Jesús les dijo: voy a haceros también yo una pregunta y si me la contestáis, os diré con qué poder hago tales cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde procedía? ¿Del cielo o de los hombres? Ellos comenzaron a pensar entre sí: si decimos que del cielo nos dirá: ¿Pues por qué no habéis creído en él? Si decimos de los hombres, temamos a la muchedumbre, pues todos tienen a Juan por profeta. Y respondieron a Jesús: no sabemos. Díjoles él a su vez: pues tampoco os digo yo con qué poder hago estas cosas”. (Mateo XXI, 23-27. Marcos Xl, 27-33. Lucas XX, 1-8).
Jesús había dicho y repetido a lo largo de su ministerio que sus poderes procedían del Padre, pero los «ancianos del pueblo«, los que vivían aferrados a sus tradiciones, al mundo de la ley representado por Jehovah-Binah, lo mismo que los sacerdotes de su culto, no se habían enterado, y acudían a él con la eterna pregunta. Pero para comprender algo nuevo es preciso tener conocimiento de lo que le ha precedido. Es necesario saber que tres más dos son cinco para poder tomar conciencia de que cinco menos tres son dos.
¿Juan, actuaba por propia inspiración o era el cielo quien lo inspiraba? La muchedumbre, nuestra muchedumbre interna, o sea, las tendencias humildes, las que no han llegado al poder, están convencidas, cuando Cristo actúa a niveles materiales, de que Juan, el que anuncia al «otro«, es un auténtico profeta. Pero las tendencias con mando y los «ancianos«, esas viejas tendencias que se han convertido en hábitos anquilosados, gozando del inmenso poder de la inercia, esos piensan que Juan hablaba por sí mismo, sin más autoridad que la propia. Sin embargo, temen a la «muchedumbre«, no se sienten seguros en su posición de mando y prefieren no enfrentarse a sus subordinados.
Mientras se asciende por la columna de Binah, la del conocimiento material, se va formando una cadena cuyos eslabones sirven de zócalo a los siguientes. Así cada paso se apoya en el que ha sido dado con anterioridad, el cual sirve para conferir autoridad a los nuevos descubrimientos que se van haciendo. Ese es el camino de la razón y de la ciencia, y en los libros científicos siempre hay una gran cantidad de citas de sabios, en los cuales el autor se apoya.
Pero cuando la revelación de la otra columna aparece, ya no hay fuentes que citar. Cierto que Jesús citó muchas veces pasajes de las Sagradas Escrituras, siempre por hacerles ver que no las estaban interpretando de la forma debida o que cabía otra interpretación de la que ellos les estaban dando.
Ahora, al interpretar esotéricamente los Evangelios, muchos nos vienen también para decirnos: ¿De dónde proceden esas enseñanzas? Y es evidente que se quedarían más tranquilos si pudiéramos darles un nombre venerado en la historia literaria; si pudiéramos decirles que hemos descubierto unos nuevos manuscritos del mar Muerto o del de Tiberiades, que Jesús se dejó escondidos debajo de una piedra, después de haberse pasado sus últimas semanas de vida redactándolos.
Pero la respuesta sobre la procedencia de los poderes de Cristo debe ser elaborada por la propia alma, cuando por fin se ve libre de sus contradicciones internas y todos los ciegos y sordos que lleva dentro ven y oyen. Cuando esto ocurre, ya no será necesario formular preguntas, porque el alma de la persona sabrá de dónde viene el poder o de dónde viene la enseñanza.
En el próximo capítulo hablaré de: publicanos y prostitutas
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