Caminar de día
Para resumir lo expuesto sobre las resurrecciones, digamos que la primera, la del hijo de la viuda resucita en nosotros la capacidad de pensar adecuadamente, la capacidad de conectarnos con el Pensamiento Divino y de marchar a unísono con él. La segunda resurrección la de Lázaro, resucita en nosotros la Gracia Divina y por ella reconocemos la primacía del amor sobre el pensamiento, la de la sabiduría sobre la inteligencia, de la libertad sobre la ley; de la fiesta por encima de la noción de trabajo; del placer espiritual por encima de la noción de sufrimiento y dolor.
Pero todo ello, no es que sea así desde un principio y nosotros no lo viéramos, sino que es así a partir de un determinado momento en que nuestra velocidad de crucero aumenta y en el que es preciso invertir los mandos.
Así, cuando nos toca realizar el trabajo humano del Khaf o sea a la hora de exteriorizar nuestro pensamiento, debemos ponernos en marcha para buscar al Maestro Cristo y pedirle que resucite en nosotros estas virtudes que acabamos de enumerar, que pueden resumirse en una sola: reconocimiento de la supremacía del amor, y que en el relato evangélico está simbolizado por Lázaro.
Si no lo hacemos, si actuamos con la parte de nuestra alma llamada Marta, estaremos proyectando nuestros pensamientos en un mundo sucio, muy ordenado, eso sí, pero con muchas escobas, mucho polvo, muchos detergentes y trituradores de basura, y muchos obreros trabajando en el sector de los desperdicios. Nuestra sociedad de hoy es la de Marta.
Es muy importante que Lázaro resucite en el momento de proyectar nuestro pensamiento al exterior, porque ese pensamiento es el configurador del mundo en el que vamos a vivir, y si en ese mundo no se da prioridad al amor, y lo que impera es la idea práctica, su futuro será el polvo.
Ese trabajo de resurrección de Lázaro comporta peligro, porque para realizarlo, el Cristo interno que hay en nosotros debe ir a Judea, a la tierra Santa, y los discípulos ya advierten a su Señor: “Rabí, los judíos te buscan para apedrearte, ¿y de nuevo vas allá? Jesús responde ¿No son doce las horas del día? Si alguno camina durante el día no tropieza, porque ve la luz de este mundo, pero si camina de noche tropieza, porque no hay luz en él”. (Juan Xl, 7-10).
A medida que la fuerza crística desciende hacia el mundo material, su existencia se hace más evidente y es más vulnerable ante sus enemigos. En el Yod, Jesús actuaba aún por dentro, pero a partir de ahora lo hará en el exterior.
Ya hemos visto en el capítulo anterior lo que puede entenderse por lapidación referido, no a una persona física, sino a una enseñanza: es el peligro de cristalizarla, de reducirla a normas, a reglas. El cristianismo que se ha vivido oficialmente hasta ahora ha sido un cristianismo completamente lapidado. Incluso cuando un devoto, como San Francisco de Asís, se quita la camisa y hasta los calzoncillos para dárselos a un pobre, no está realizando más que una pirueta externa, que no será más que eso si el gesto no es la manifestación de una necesidad interna que impulsa su alma a quitarse los míticos siete velos para proyectar al mundo su pureza reconquistada y purificarlo a su vez.
Dice Jesús que cuando se camina durante el día no se tropieza, pero que los que caminan de noche sí tropiezan, porque no hay luz en ellos.
Nos transmite en este punto una regla que el estudiante debe observar, y es que el combate espiritual debe desarrollarse durante el día. Es en las horas de luz que nuestra personalidad crística ha de penetrar en tierra enemiga para realizar su ministerio. Si se hace así, los fariseos internos no apedrearán a la tendencia divina que está instaurando en nosotros el Reino, mientras que si Cristo realiza estos trabajos en nuestra noche, aparecerán los escribas y fariseos con sus piedras y la obra de Cristo quedará lapidada, es decir, convertida en normas, en reglas asequibles, cómodas de seguir para alcanzar el cielo.
Jesús precisa que en la noche «No hay luz en ellos«, indicando así claramente que se trata de nuestro día y nuestra noche en particular, no los días y noches que vivimos colectivamente por residir en un determinado punto de la tierra.
Mientras no hemos despertado a la espiritualidad, mientras no nos hemos “levantado”, estamos sometidos a las reglas comunes y nuestros días y noches coinciden con el tránsito solar. Pero cuando nos hemos convertido en un pequeño universo, y hemos vivificado en nosotros las fuerzas espirituales, estas trabajan de acuerdo con el ordenamiento de nuestro micro-ser. Entonces nuestros días y nuestras noches serán los marcados por la hora de nuestro nacimiento (trabajo que podemos seguir a través de nuestro Biorritmo Cabalístico).
Debemos realizar un trabajo colectivo, como célula del universo que somos, pero es preciso aprender igualmente a trabajar según los propios ritmos y de acuerdo con el ordenamiento de tu propio universo.
Tendremos así que los trabajos de resurrección de la espiritualidad latente en nosotros debemos realizarlos de día, mientras que los trabajos propios de la columna de la izquierda, de reglamentación, legislación, ordenamiento; todo lo que signifique poner normas, obligaciones; en una palabra, todo lo que sea lapidar, debemos hacerlo de noche. Es por ello que en la sociedad farisaica en que nos movemos, los trabajos de ordenamiento se realizan siempre de noche. ¡Cuántas veces hemos visto en el televisor sesiones de las cámaras de diputados que han durado hasta las tantas de la noche, o se nos habla de reuniones ministeriales que van hasta el amanecer, no más allá. En cambio, nunca se ha sabido que unos políticos se levantaran a la salida del Sol para tratar de su problemática. Mientras los que dirigen nuestra sociedad realicen sus trabajos al amparo de la nocturnidad, estaremos viviendo en la sociedad de las reglas, la que antecede a la cristiana, en esa sociedad en la que no ha bailado aún la perversa e impúdica Salomé.
Periodo de día: contar doce horas a partir de la salida del Sol.
Periodo de noche: las doce horas anteriores a la salida del Sol.
En el próximo capítulo hablaré de: creer
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