Arrojar demonios
“Jesús arrojó un demonio que estaba en un mudo y el mudo se puso a hablar. La muchedumbre se quedó admirada, pero algunos dijeron: es por Belzebú, príncipe de los demonios, que arroja a los demonios. Respondió Jesús: todo reino dividido contra sí mismo es devastado y una casa se desploma sobre la otra. Si Satán está dividido contra sí mismo, ¿cómo su reino subsistirá, puesto que decís que echo los demonios por Belzebú? Pero si es por el dedo de Dios que expulso a los demonios, el reino de Dios ha venido pues a vosotros”. (Lucas Xl, 14-20).
El razonamiento de Jesús es de pura lógica: si un demonio arroja de su aposento a otro demonio, es evidente que está actuando contra sí mismo. Sin embargo, el reino de Lucifer no es un reino unido y solidario y muchas veces se han visto los príncipes de la casa luciferiana luchar entre ellos por la ocupación de un aposento humano. Ya vimos, al estudiar la actuación de las distintas categorías de diablos, que mientras unos «trabajan» en los niveles más elevados de nuestra espina dorsal, otros actúan en la «cola» y mueven las energías sexuales.
Nuestros vacíos internos son ocupados pues por diversas categorías de luciferianos, que nos sirven las energías adecuadas al consumo exigido por nuestra forma de ser. Mientras la conducta permanece estabilizada, cada príncipe luciferiano tiene a sus «hombres» situados en sus respectivos «cuarteles» y la paz reina entre ellos. Pero cuando la persona siente apetencia de una más alta calidad de vida, ello exige un cambio de potencia ocupante; es decir, determinadas huestes diabólicas deben abandonar nuestros vacíos para dejar paso a las que administran las nuevas energías que solicitamos.
Esa expulsión de los antiguos destacamentos no se efectúa nunca sin lucha. El antiguo ocupante lucha por conservar su puesto y el nuevo ocupante se ve obligado a batallar para desalojarlo. Ese combate de luciferianos entre si, produce en el ser humano esa zozobra interna que caracteriza las etapas de transición, en las que la persona no está segura de lo que quiere, y tan pronto se dice que ya está bien siendo lo que es, como se siente impulsada a la superación. Esos estados son los resultantes de una guerra civil fratricida entre distintas categorías de luciferianos. Esa lucha tiene lugar tanto si nuestros impulsos van hacia arriba como si van hacia abajo.
Es decir, la persona puede experimentar la sed de nuevos conocimientos, y necesitar por lo tanto energía de más alta calidad, o puede decirse que está perdiendo su tiempo viviendo a un determinado nivel moral y que sería más feliz degradándose. Si sus impulsos van hacia abajo, también el nuevo ocupante librará batalla contra el antiguo.
En realidad los luciferianos se encuentran permanentemente en guerra contra sí mismos, puesto que se mueven en un mundo inestable, que finalmente ha de desaparecer. Trabajan en la zona del error y de la mentira y las energías que facilitan son las que han de llevarnos a la evidencia de lo falso. Por ello el cambio de ocupante no ha de producir en la persona transmutaciones radicales ni ha de aportarle la salud.
Tanto si los luciferianos que ocupan nuestros vacíos están más arriba o más abajo en la escala evolutiva, dentro de su status no pueden darnos las virtudes superiores que ellos no poseen. Lo único que pueden hacer es ayudarnos a descubrir la verdad por contraste, por oposición al impulso que ellos promueven en nosotros con sus fuerzas. Ese descubrimiento se realiza en la más baja degradación o en elevadas elucubraciones mentales, pero por sí mismas las energías luciferianas no serán portadoras de revelaciones.
Así pues, los demonios pueden ser expulsados por otros demonios, pero cuando esto sucede, el mudo que hay en nosotros no se pondrá a hablar; lo positivo no reemplazará lo negativo, sino que simplemente dispondremos de unas energías negativas de calidad superior.
Cuando en la persona hay demanda de energías unitarias, procedentes del mundo que representa la legalidad divina, entonces son las legiones angélicas las que entablan la lucha con los luciferianos y el orden se restablece. Arrojados los luciferianos del cuerpo, todo vuelve a funcionar como es debido, nuestro aparato ha sido reparado y el que no veía, ve y el que no hablaba, habla.
El Ego Superior, que permanece mudo mientras los de Lucifer campan por nuestros vacíos internos, recupera el habla y nuestra muchedumbre interna queda admirada. Al hablar el Ego Superior, se instala en nosotros el reino de Dios y con él encontramos la unidad.
En efecto, cuando las legiones angélicas ocupan nuestros vacíos internos, desaparece la lucha. No es que todos los ángeles representen una misma calidad energética, puesto que ya hemos visto, al estudiar los distintos coros, que cada uno, cada legión es portadora de un determinado programa. Pero cuando ofrecemos nuestros vacíos a su administración, ellos mismos, según el orden establecido en el cosmos, van ocupando esos espacios internos, de modo que por la mañana los coros de Serafines, Querubines y Tronos entran en funciones, por la tarde lo hacen los Dominaciones, Potencias y Virtudes; al atardecer los Principados, Arcángeles y Ángeles, acentuando este o aquel programa según la pauta impuesta por nuestro Ego Superior.
Cuando el reino de Dios ha entrado en nosotros, recibimos nítidamente los programas divinos y no cesamos de progresar.
En el estadio evolutivo actual, el reino de Dios es algo que debemos aún defender de los «ladrones» y de los usurpadores«, tema que ya ha sido tratado en un anterior capítulo.
En el próximo capítulo hablaré de: expulsión de los espíritus impuros
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