Antiguos esoterismos
Se encuentran también en el día de Jehovah todas las personas que practican esoterismos propios de la era del toro o de la era del cordero; es decir, los que buscan el conocimiento de la trascendencia a través de prácticas o ritos propios de la columna de la Izquierda, que es la del trabajo.
El esoterismo de la era del toro es el que procede de la India, tan arraigado en Occidente, transitado por tantos gurús, swamis y «guías» que administran un saber arcaico, que comporta sistemas antiguos. Todo lo que signifique ejercitarse, realizar movimientos, corresponde a los trabajos de la columna de la Izquierda, la de Jehovah, ya que es evidente que todo ejercicio, todo trabajo se realiza para obtener un cambio. El obrero que trabaja en una pieza de metal, torneándola, lo hace con la intención de que el metal se convierta en un objeto. Al lograrlo, su trabajo sobre aquella pieza ha terminado.
De igual modo, muchos ejercicios respiratorios del yoga tienen como objetivo conseguir un cambio en la naturaleza interna de la persona y cuando ese cambio se ha logrado, los ejercicios ya no tienen objeto. El yoga fue dado a la humanidad cuando el Sol, en su movimiento de precesión, atravesaba el signo de Tauro. Este tránsito ocurrió hace seis mil años y terminó hace cuatro mil.
En aquella época, los ejercicios respiratorios del yoga permitieron a la humanidad abrir en sus cuerpos puertas a las corrientes espirituales, les permitió elevar su nivel vibratorio. Pero para el ser de hoy esas prácticas resultan un tanto caducas. De igual modo, las antiguas máquinas de escribir siguen funcionando pero si las comparamos con los modernos ordenadores, están totalmente desfasadas. Quienes elijan comunicarse con un tam-tam pueden hacerlo, sin embargo lo cierto es que la telefonía móvil y el correo electrónico son mucho más eficaces y rápidos. Nos vemos abocados a adaptarnos a los nuevos sistemas en todos los ámbitos, aunque nos cueste deshacernos de los antiguos porque nos aportan la seguridad de lo conocido.
Ya vimos anteriormente que la luz, en su incesante avance hacia adelante, va dejando en la cola una franja de sombras.
La Cábala permitiría la comprensión lógica de lo que anteriormente no era más que un pensamiento vago, que necesitaba un ejercicio, una gimnasia para ser interiorizado en nuestra mente. Ya con la mente preparada para esa comprensión, la Cábala permitiría al Ego Superior introducirse en el interior de sus vehículos humanos y establecer en ellos una morada.
El estudio de la Cábala revelaría al ser humano todos los misterios de la organización cósmica, le enseñaría la manera de conectarse y desconectarse con las fuerzas espirituales, como trabajar con ellas y cambiar el orden de las cosas, tanto en su interior como en el exterior. La Cábala le enseñaría la ciencia de los astros y lo convertiría en un auténtico mago.
Pero también la Cábala, siendo una enseñanza que comporta un ritual, el cual constituye a su vez un trabajo, está encadenada a la columna de Jehovah y, por consiguiente, forma parte de ese mundo de la izquierda que Jesús vino a abolir.
Ya hemos dicho muchas veces que los estudios de Cábala que estamos realizando constituyen el paso obligado que conduce al Cristianismo, o sea, a ese Reino en que todo trabajo, todo rito, toda práctica ha desaparecido. Si el discípulo que se adentra en esos estudios sigue la trayectoria hasta el final, aparecerá en su naturaleza espiritual Juan, el anunciador del otro que ha de venir a revolucionar su mundo interno; luego aparecerá Salomé, despojándose de sus siete velos y la cabeza de Juan será decapitada y Cristo iniciará su recorrido por su naturaleza interna, desde la región del Aleph hasta la tierra del Samekh.
En el Reino de Cristo los trabajos y los ritos desaparecen como tales para pasar a formar parte de cada uno de nuestros gestos. Ya no hay un mundo profano y otro sagrado, todo es mundo sagrado y cada una de nuestras acciones y de nuestras palabras tiene categoría de plegaria. Cuando el tiempo de las naciones, de la división, haya terminado, ¡ojalá podamos todos vivir fuera del sábado, fuera de la columna de Jehovah !
El advenimiento del Reino, siendo algo programado desde el principio de los tiempos, podemos decir que desde el principio también hemos estado caminando hacia ese Reino, aunque anduviéramos por las tierras de Jehovah. Siendo así, en cada vida debemos dar un paso hacia ese Reino y lo dicho por Jesús en ese punto de la enseñanza debemos aplicarlo también al ciclo de una vida. O sea, la huida hacia el Reino no conviene efectuarla en nuestro invierno humano, al llegar la vejez. Es preferible levantarnos y emprender el camino hacia el Reino en la juventud o en la madurez, que es cuando la voluntad está activa y podemos utilizar su fuerza en un sentido o en otro. Porque si esperamos la vejez -el invierno- tomaremos por virtudes el simple agotamiento natural de las pasiones, que renacerán en una próxima vida con la misma fuerza. El camino que se hace en dirección al Reino en el estadio invernal no cuenta porque la virtud de ese período no es una conquista de la voluntad, sino que es debida a la muerte natural de la pasión.
Antes de que el Reino sobrevenga, dice Lucas, el pueblo de Israel será llevado cautivo a todas las naciones y Jerusalén será pisoteada por ellas hasta que su tiempo se haya cumplido.
Esa secuencia nos revela algo que ya hemos formulado con distintas palabras, a saber: Israel es la parte sagrada de nuestra personalidad. Todos somos israelitas o lo seremos un día, y con ello no queremos decir, precisémoslo, que tengamos que encarnarnos físicamente en cuerpos de raza judía, ya que la auténtica Israel, el auténtico Pueblo Elegido, es espiritual y no físico. Lo sagrado que hay en nosotros debe ser dispersado y vivir cautivo en las naciones, cautivo en todas las partículas que forman nuestros cuerpos, a fin de servir de fermento en ellas y llevarlas a su sacralización.
Del mismo modo que Abel yace muerto en Caín, pero es quien lo alimenta secretamente con el mítico plato de lentejas, nuestro yo sagrado debe vivir sometido a los distintos países internos y constituir en ellos la semilla del Reino, que ha de venir de dentro antes de aparecer en el exterior. Mientras ese proceso interno no se realice, Jerusalén, nuestro sagrado santuario, será pisoteado por los extranjeros, hasta que lo sagrado se haga sentir en el mundo interno y ponga fin al reino de lo profano.
Jerusalén será pisoteada por las naciones, dice el Evangelista, es decir, los profanos pondrán sus pies en la ciudadela sagrada. Ya hemos visto que los pies son regidos por Piscis, el signo que preside la liberación de los deseos, de modo que ese pisoteo significa que lo sagrado será utilizado como plataforma para proyectar los deseos al exterior, magnificándolos, revistiéndoles con una dignidad que no tienen y eso es lo que ocurre en la presente sociedad.
En el próximo capítulo hablaré de: los falsos Cristos
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