A dónde vas
“Tomás le dijo: No sabemos a donde vas, ¿cómo pues podemos saber el camino? Jesús le respondió: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Si me habéis conocido, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis y lo habéis visto«. (Juan XIV, 5-7).
Tomás es el discípulo que representa el signo de Virgo, el analítico, el que percibe la verdad a través de los experimentos de laboratorio, el hombre de ciencia, que solo admite como verdades lo que puede ser demostrado a la sociedad. Ese hombre de ciencia quiere saber las cosas de una manera precisa; quiere que Cristo deje señas de ese hipotético mundo de arriba.
Tenemos en esta postura la de muchos habitantes de las tierras del Noun, que quieren garantías para abandonar ese mundo de placeres en que se encuentran y establecerse en el Reino anunciado por su voz crística interna.
Hemos visto en los capítulos anteriores cómo Cristo ha ido desvelando a sus discípulos lo que ha de ser la vida en su Reino, les ha dicho cómo ha de terminar la presente etapa y les ha citado como ejemplo de precedente el Diluvio. Por último, después de tres años de preparación, les ha dado a comer su propia sustancia, tras haberlos purificado, y sin embargo, Tomás le dice que él no sabe a dónde va.
A esas personas de la Tierra que buscan evidencias, Jesús les dice que él es el camino. O sea, el camino es la voz interna que se deja oír en la época de los goces materiales y que ha de poner en marcha al peregrino hacia el Reino del Padre.
Esa voz es el camino, la verdad y la vida, y todo lo demás son sendas de perdición. Los hay que dicen: «Voy a investigar un poco más y a comprobar si lo que encuentro me cuadra con lo que anuncia esa voz«, creyendo hacer camino mediante el análisis racional. Otros se descargan de su tarea humana dando unas monedas a los pobres; otros aun, como Salomón, edifican templos materiales para alojar espiritualidades corrompidas.
El camino verdadero conduce al abandono de los esplendores del Noun y si esa salida se lleva a cabo, entonces aparecerá el Reino prometido por Cristo. El peregrino tiene que correr el riesgo, no puede pedir que le garanticen el Reino mediante un contrato. Si la voz de Cristo ha penetrado suficientemente en sus instancias internas, este ya le conoce y en tal caso, también conoce al Padre, puesto que es Cristo-Hochmah-Tiphereth quien lo revela.
“Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús respondiole: Felipe, ¿tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre?» ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo no las hablo por mí mismo; el Padre, que mora en mí, hace sus obras. Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí; al menos, creedlo por las obras”. (Juan XIV, 8-11).
Felipe es el representante de Tauro, el tercer hombre del ciclo de Tierra. Hemos visto anteriormente como Pedro-Capricornio, aunque proclamando su fidelidad a Jesús, este le anunció que lo negaría tres veces antes de que cantara el gallo. Tomás le pide que señalice el camino a fin de que pueda verse dónde conduce, y Felipe le pide que les haga aparecer ante sus ojos esa realidad llamada Padre que Cristo ha estado desvelando a lo largo de todo su ministerio.
Jesús se asombra de que hombres que lo han estado siguiendo desde el principio, no lo hayan conocido. Y es que el Noun es la tierra del olvido por excelencia; la tierra en que el ser humano desea olvidarlo todo para gozar de esa plenitud, de esas setecientas princesas y trescientas concubinas que le dan la sensación de que él mismo es Dios y que esta es la meta definitiva.
El Padre no puede ser mostrado más que a través de Hochmah y de Binah, porque es la fuerza primordial que no se solidifica más que a través de los rostros que presiden las dos columnas que aguantan su Obra. En Binah aparece su rostro riguroso, el de las leyes y el sometimiento. En Hochmah-Hijo aparece su faz bondadosa, la que inspira.
El proceso evolutivo pone en evidencia que esa inspiración no pudo ser ejercida en el momento en que el ser humano obtuvo su auto-conciencia. El hombre era opaco a esa luz-inspiración que le venía de Hochmah, y el Padre tuvo que aparecer bajo su faz rigurosa para hacerse comprender.
O sea, para que la gracia divina sea efectiva, es preciso que el ser humano haya adquirido un cierto grado de conocimiento concreto, que le es procurado por los instructores de Binah y sus adjuntos. Una vez adquiridos esos conocimientos, el Padre puede ya manifestarse bajo su faz bondadosa y terminar la instrucción por vía de revelación y no de experimentación. Cuando esto sucede, la persona es arrancada del mundo estrecho en que vivía y pasa a ese paraíso en que la realidad se estructura según el impulso del deseo. Es decir, basta con desear algo para que este algo se convierta en una realidad. Así sucede en el Mundo de los Deseos y así sucederá cuando la naturaleza crística haya arraigado en nosotros.
En el próximo capítulo hablaré de: creer para poder hacer
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